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El amor de plástico VS el amor real...


Creo que todos recordamos el éxito que tuvieron hace un tiempo las mascotas virtuales. En lo personal, recuerdo haber escuchado en más de una ocasión, que un niño lloró producto del “sensible fallecimiento” de una de ellas, lo cual fue solucionado fácilmente presionando el botón de “Reset” o “reiniciar”, ubicado en la parte posterior del animal digital.


Creo que también en más de alguna ocasión, hemos escuchado a alguien decir lo enamorado que estaba de un “otro” a través de un chat, y quizá nuestra reacción instantánea fue habernos tomado la cabeza diciendo, ¡pero cómo es posible aquello!, o tal vez, muy por el contrario, hemos sido nosotros mismos los que nos hemos enamorado por la red.


Pero miremos el evangelio de hoy. Quizá una mascota virtual en nada nos escandaliza –y creo que no es para que lo haga por lo demás-, y quizá una relación amorosa en un plano netamente digital tampoco lo haga, pero en lo que sí nos debe interpelar este evangelio, es que un amor de plástico, nunca es un amor real.


Tal como señala Eugenio Tironi, los efectos de los procesos de modernización sobre nuestra sociedad, basados en el plano de los valores, de la cultura y, en particular, en términos de la erosión de los vínculos comunitarios, se están recién comenzando a sentir –y a resistir-. Dicho esto, Tironi agrega que “lo que resta de esta década, será la etapa de la revitalización comunitaria”.


Lo anterior, no debemos entenderlo como un discurso idealista, sino como el producto de la desfragmentación que vivimos como sujetos sociales. Y es que en una cultura, en la cual la sensación de miedo nos obliga a encerrarnos en nuestras casas, haciendo de ellas prácticamente unas cárceles, el espacio para generar un sentido comunitario será un deseo innato del hombre, puesto que en nuestra naturaleza, el “ser social” no es una moda, sino una necesidad. Es decir, no vinimos ni estamos solos en este mundo.


Dado esto, la pregunta clave es ¿cómo yo puedo amar más al que está a mi lado? Y la respuesta es bien sencilla, y nos la dice el padre Hurtado: “el sentido de la vida es darse”. Siendo así, entonces nuestro amor no sufrirá los límites propios de nuestros tiempos, abriéndose no sólo amar al que está a mi lado en cuanto a “sujeto” se refiere, sino también amar sus miserias, sus penas, así como sus alegrías y sus sueños. Un amor así, nos involucrará con la esencia del amor de Jesús, y hará que los demás, nos reconozcan como verdaderos discípulos de él.


En suma, la invitación no es a romper las mascotas virtuales, ni cerrar las cuentas de chat que podamos tener, sino todo lo contrario. Hacer que nuestro amor no se limite a eso, sino que trascienda hasta ser real entre los que me rodean.


De esta forma, nos daremos cuenta que toda la vida estuvimos hechos de carne, y nunca de plástico.



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